Turismo en HuertaMarcha Blume
La montaña está ahí antes que los hombres, y antes de ser montaña las peñas de la Sierra de Valdemeca fueron las riberas ignoradas de un mar que ya no existe, hace doscientos millones de años. Debe ser por eso que cuando el hombre se encarama a la montaña, la que sea, siente como en pocos lugares la conciencia de su propia pequeñez, de lo fútil y fugaz de la existencia humana. Aun así, en la cumbre de Collado Bajo, cuando el espectador da la espalda a la suave y larguísima ladera que desciende hacia Valdemoro y atisba el repentino abismo de la cara oriental; cuando piensa de repente en lo sucedido en una fría tarde de abril de aquel año 59, no puede evitar un escalofrío, porque lo que allí sucedió no fue natural, ni siguió el orden de las cosas; lo de Collado Bajo fue una tragedia que segó vidas en plenitud y sacudió la existencia de unos pueblos hasta quedar como un poso, un sustrato en el subconsciente colectivo.
Será por eso que, desde 2006, Huerta del Marquesado recuerda y rinde homenaje con la Marcha Blume a los que dejaron la vida en el accidente de aviación de la Sierra de Valdemeca, comenzando por Joaquín Blume, gloria del deporte nacional, pero sin olvidar al resto de los que allí quedaron. Acto sencillo, de profundo respeto y salpicado de cultura, para que la memoria no olvide, aunque en la ladera los árboles nuevos hayan cerrado la herida y, en lo alto de la cresta, la vieja cruz de piedra no tenga otra compañía que helechos y brezos.
Le faltaron cincuenta metros para salvar la cumbre. Era la última, más allá no hay elevaciones de la misma altura. Todas las fatalidades se cebaron con el Vuelo 42. Desde Huerta y Valdemeca lo oyeron volar entre las nubes, sin verlo. Pasó una vez, dio la vuelta y retornó. Alguno en Valdemeca, profético, afirmó: "Parece que tiene problemas". Iba muy bajo, buscaba salir de la trampa de montañas y nubes bajas en las que se había metido, con temporal y poca luz, aunque eran poco más de las cuatro de la tarde. Sobrevoló la Sierra de Zafrilla y enfiló rumbo oeste, entre nubes cada vez más densas. A pesar de la experiencia de miles de horas de vuelo, ¿Cómo iba a saber el piloto que las nubes repentinamente cerradas y compactas eran el foëhn de la Sierra de Valdemeca, atrapadas por la pantalla sin fisuras y casi vertical de Collado Bajo? Cuando llegó a entrever la ladera verdinegra el avión, robusto y ágil, saltó en un brusco respingo entre sonido de motores llevados al límite, al tiempo que el piloto le imprimía una cabriola loca. Le faltaron unos segundos. No hubo supervivientes: murieron 25 pasajeros y los tres miembros de la tripulación. Era el 29 de abril de 1959.
El aparato, un Douglas DC-3A de Iberia, había salido horas antes de Barcelona y se dirigía a Madrid. Al sobrevolar la provincia de Teruel la tripulación tuvo que desviarse del plan de vuelo por el mal tiempo, poco antes de atravesar la peor zona del Sistema Ibérico. La dificultad de calcular la posición entre fuertes vientos y visibilidad mala, la necesidad de volar muy bajo para evitar las masas de nubes tormentosas y la imprecisión de las cartas de tierra hicieron el resto.
El rescate fue muy duro. Después de proveerse de todo lo que (a su leal saber y entender) iba a ser necesario, los vecinos de los pueblos se lanzaron sierra arriba, en una marcha de horas a paso vivo, extenuante, a través de trochas y veredas, guiados por la columna de humo y llamas, cada vez más débil, en mitad de un paisaje nevado. Todo para llegar en plena noche, con temperaturas gélidas, y encontrar un escenario de horror, de esfuerzos vanos.
Después llegaría la sorpresa por la entidad de los fallecidos, el desfile de autoridades y familiares, de técnicos retirando los restos del aparato; la colocación de la cruz, las ceremonias... más tarde, el mundo olvidó. Huerta y Valdemeca nunca olvidaron.
Una imagen que forma parte de la mitología reciente de un país: Joaquín Blume a las anillas, en el ejercicio ya para siempre conocido como el "Cristo de Blume", aunque no fuese el creador de esta figura.
Nace el 21 de junio de 1933 en Barcelona, hijo de Armando Blume, de origen alemán, y de Mari Paz Carreras. Desde muy joven empieza a entrenar en el gimnasio que su padre tenía en la calle Padua. La Guerra Civil hace que la familia se traslade a Alemania, donde continúa su preparación física.
En 1949 se proclama Campeón de España absoluto, reteniendo diez años el título, hasta su muerte. Debuta internacionalmente en los Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki, con un discreto puesto 52, aunque a partir de ahí su trayectoria sería imparable.
En 1955 es décimo en la Copa de Europa. Para la Olimpiada de Melbourne de 1956 parte ya como favorito, pero sus ilusiones se vinieros al traste cuando España boicoteó los Juegos por la presencia de la URSS tras la invasión de Hungría.
En París, año 1957, barre en el Campeonato de Europa: individual general, paralelas, caballo, barra fija y anillas. Su nombre sube al cénit, pero otra vez ve como se le aparta de la competición por el nuevo boicot español al Campeonato del Mundo de 1958, celebrado en Moscú.
En el accidente de Collado Bajo falleció también su mujer, Jose María Bonet, y la mayor parte de los compañeros del equipo español de guimnasia: Müller, Pajares, Aguilar... se salvó sólo Ángel Luna, que no viajó por una lesión.
Tras su muerte, recibió la distinción del Comité Olímpico Internacional como Mejor Atleta del Mundo.
El listón impuesto por Blume a la gimnasia española no ha sido igualado hasta 50 años después.
Ceremonia religiosa por las víctimas del Vuelo 42, junto a la sobria cruz de piedra, recién colocada por entonces, que rememora el desastre que conmovió a todo el país.
Foto: Ángel Osés.
He aquí lo más parecido a un fantasma. En el Museo del Aeropuerto de Málaga se guarda este Douglas DC-3A, gemelo al accidentado en el Collado Bajo. Y tan gemelo. Aunque el aparato de la imagen (c/n 34361) sirvió en la compañía de carga AeroTransporte de España con matrícula EC-CPO, ha sido rotulado con las siglas de Iberia y la matrícula EC-ABC (c/n 19334), perteneciente al desdichado Vuelo 42.
La Marcha Blume se celebra todos los años en el último sábado del mes de abril, buscando el día festivo más próximo al 29 de abril, efeméride del accidente. Su acto central es, por supuesto, la subida a pie al Collado Bajo desde Huerta del Marquesado, una consistente ascensión de 16 kilómetros de longitud y casi 600 metros de desnivel, de unas cinco horas de duración aproximada, utilizando las viejas sendas tradicionales. Casi en la cumbre, se rinde homenaje en la cruz de piedra y, a continuación se gana la cima, de 1.841 metros de altura, con una de las panorámicas más sobrecogedoras de la Serranía.
La Marcha Blume no es sin embargo mero recuerdo. Es también una jornada de encuentro con la Naturaleza, de sano deporte en la montaña, de actos culturales como conferencias o exhibiciones, de gastronomía… Es también un motivo de confraternización entre todos los asistentes.
La Marcha Blume está concebida para todos los públicos, montañeros o no, y para todas las edades.
En Huerta os esperamos a todos con los brazos abiertos.
Las diferentes ediciones en PDF:
El Último Vuelo de Blume
Juan Payà Pérez.
2015. 21 x 14.5 cms. 132 páginas.
Edita: Ayuntamiento de Huerta del Marquesado.
La intrahistoria del Vuelo 42 de Iberia a través de la minuciosa investigación y vivencias personales del autor, enamorado de Huerta y asiduo participante en la Marcha Blume.
Para conseguir el libro, puede ponerse en contacto con el Ayuntamiento de Huerta del Marquesado.